Cristina Fernández de Kirchner y José Alperovich han optado por caminos diferentes para transitar sus años de retirada. Pero, en definitiva, persiguen un idéntico objetivo: disminuir la sangría de poder.
La Presidenta salió de escena durante más de un mes y, tras la derrota electoral de octubre, sacudió la monotonía en su reaparición. Cristina redireccionó el esquema de poder dentro de su gabinete, oxigenó al Gobierno y retomó la iniciativa política. El gobernador, en cambio, regresó de su retiro espiritual caribeño tal como se fue. Alperovich optó por reforzar y cerrar aún más su nicho de decisiones. Anticipó que no habrá cambios en el Poder Ejecutivo y mantuvo a su lado a la misma triada de colaboradores: Jorge Gassenbauer, Sergio Mansilla y Osvaldo Jaldo.
Así es como el titular del Ejecutivo eligió desanudar sus últimos dos años de gestión. Sin embargo, el rostro tenso de la última semana no condice con el de un hombre seguro de las decisiones que ha tomado. Efectivamente, un mundo desconocido se abrió frente a Alperovich, y una semana en playas paradisíacas no ayudarán a disimularlo. Al gobernador, que todo le sobraba, hoy apenas le alcanza. Y el margen del que goza se achicará aún más hasta 2015.
Alperovich quedó más que sorprendido por los cambios en el gabinete nacional. Mantiene una buena relación política con el nuevo jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, pero la suma del poder económico dado a Axel Kicillof le genera incertidumbre. El joven ministro mantuvo en la Secretaría de Hacienda a Juan Carlos Pezoa, hombre de mano dura en la relación con las provincias. Acostumbrado al jubileo nacional, el mandatario tucumano teme que la Nación comience a apretar sobre las cuentas provinciales para calzar las arcas federales en el tiempo que se avecina.
Ni en Casa de Gobierno ni en la oposición dudan respecto de que Alperovich optará por Juan Manzur para sucederlo. Tampoco lo hace el amayismo, ese espacio oficialista con ganas de convertirse en opositor.
Entre el gobernador y el intendente Domingo Amaya no hay diálogo, pero tampoco hay una ruptura. Y no la habrá en el corto plazo porque ni uno ni otro saben exactamente qué es lo que le conviene. De uno y otro lado recorrerán los próximos meses "orejeándose" los naipes. Cerca del jefe del PJ provincial no descartan una reconciliación con el jefe municipal. Sostienen que, tras los comicios, Amaya quedó en desventaja a la hora de negociar una alianza con el envalentonado radicalismo. En rigor, José Cano tiene para exhibir un triunfo en la capital y en Yerba Buena y buenas performances en otros distritos del interior. Amaya, en cambio, no "juega" desde 2011.
Algo a lo que el alperovichismo dedicará tiempo y cabeza en los próximos meses será a desbaratar esa comentada alianza entre Cano y Amaya. Porque, de concretarse, seguramente captará a buena parte de la dirigencia oficialista y opositora y, en consecuencia, Alperovich perderá el margen del que hoy goza para colocar a Manzur como su heredero.
En un escenario dividido, Alperovich se siente más cómodo. Llegar a 2015 con Amaya, Manzur y Cano por separado le brindará mejores perspectivas a su elegido. Hacia abajo, no obstante, esta lucha generararía un desparramo. Con el oficialismo repartido, varias intendencias (como la Capital y Yerba Buena) quedarían en manos de la oposición. Lo mismo ocurriría con las bancas en la Legislatura y en los Concejos Deliberantes: quien gane, no tendrá una mayoría automática y necesitará negociar con otras fuerzas.
Tras una década de poder omnímodo, el que se avecina es un tiempo de desarme para el alperovichismo, que ya evidencia una pérdida de poder por goteo.